Poesía y otros devaneos
Por Ingrid Anderson
Hace un tiempo un amigo, después de haber leído algunos de mis poemas, me fulminó con la siguiente crítica; “tus poemas son pornográficos”. Yo no entendí a qué iba. Le pedí que fuera un poco más específico. Resulto que no se refería al sexo sino a las “emociones” explícitas. Por esos días el comentario me hirió el vulnerable orgullito de poeta interior. ¿Eran malos entonces? ¿Pecaban de trillados, cursis, exagerados “al divino botón” (no al botón divino)?
Wilde se mofaba de la mediocridad en los poetas sinceros, quienes no podían salir nunca de símismos para construir algo más interesante que la mera transposición de la “realidad”, el verdadero poema funcionando como artificio, máscara.
-Así que soy demasiado sincera- pensé para mis adentros o quizás se lo dije y charlamos sobre la construcción de un personaje, yo-lírico, o de encontrar una “voz para vos”.
Hasta el momento nunca, o bueno si, muchísimas veces, me había preguntado para qué escribía, pero la respuesta, que para entonces me resultaba satisfactoria, era siempre la misma, “escribo para expresarme, para sacarme los dolores de cabeza, de pecho, de lengua”.
Poesía: bálsamo terapéutico, ansiolítico, cura rayes, aplaca soledades… etc.
Más adelante, aunque por supuesto no me acuerdo exactamente cuando, empecé a tomar conciencia de que podía haber algo más detrás del acto de “despejarse, despojarse”… y que si bien “la poesía” se infiltraba en mi visión cotidiana de las cosas, en la actitud hacia la vida, o sea, en mi forma de ser “yo”, no bastaba con tomar un jugoso pedazo de poesía para conformar un poema “redondo”, que me diera a mí or lo menos la sensación de estar acabado, completito, incorregible.
Me cuesta mucho pensar hacia dónde quiero llegar, qué busco incorporar, desechar, cambiar… pero realmente creo que la percepción de mi actividad poética al día de hoy agregó a la definición pretérita la noción de “experimentación”, de práctica, de tierra fértil donde no solo está permitido sino que es valioso, es esencial, el error, como paso, como estación intermedia, como manera de marcar un momento por el que transito.
Dar con una voz que fuera propia pero a la vez construida podría ser el resultado de mi búsqueda, pero me parece que justamente lo que vitaliza de la poesía es su espontaneidad, su falta de reglas, la diversión pura.
A mípor ahora eso es lo que me interesa, más que posicionarme desde un punto de vista determinado, quiero probar hablar desde distintas puntas; si imito, y si imito mal o bien, si no transmito el mensaje o si lo transmito demasiado…honestamente me trae sin cuidado. No tengo un “proyecto mayor” que este, el básico, el de comunicarme primero a mi y luego al resto estas especies de radiografías interiores del bocho retorcido que tengo.
Haciendo un punteo general igualmente puedo rescatar los siguientes planteos que surgen de las relecturas de ellos, los poemitas:
- El ritmo. Esto es lo que más noto que me cuesta, dar espacios, otorgar mayor velocidad, saber cuando cortar y cuándo darle a la vía rápida sin frenar… sobre todo en lo que respecta a la Oralidad, porque cuando escribo suelo dar un orden visual a los versos y me cuesta mucho a veces después darle los retoques necesarios para adaptarlos a una lectura en voz alta.
- Imágenes. Creo que vivo de ellas, no sé si podría escribir, o que clase de cosas escribiría sino tuviera un depósito de imágenes, a veces muy extravagantes, en la cabeza. El problema con ellas puede ser entonces el abuso. Cuando no estoy más que escupiendo imágenes para vaciarme y no hay elaboración posterior se puede producir un tumulto que es difícil de seguir. Por eso en ocasiones tengo que “separar” poemas, fragmentarlos dentro del mismo o en otros para que se luzcan más, para dar un respiro entre tanta coagulación.
- Espacio. Estoy intentando no “hacerme la loca” con el tema del poema como dibujo, no mandarme a tirar palabras como manchas de pintura en cualquier rincón de la hoja per se. El espacio gráfico tiene que coordinar con el ritmo primero, si, eso lo estoy empezando lentamente a asimilar.
- Masculino/Femenino: ¡Ay que temita! ¿Dónde está exactamente mi lugar? Muchas veces cuando razono no me siento mujer. Pero en la poesía… espacio abierto por excelencia, es medio complicado no meterse de lleno con todo lo que una tiene a cuestas. Sobre todo cuando mi pase de ida fueron las lecturas de Pizarnik. Si, fragilidad, erotismo y un libre-fluir que puede ser agotador.
¿O un trozo de papel que de pronto se siente como una declaración de guerra…? ¡Pero eso es el poder! ¡No de las mujeres! Sino de una chica que escribe como chica de las cosas que ve, siente y percibe como chica. Entre ellas a veces puede estar también el deseo de no ser una F, de ser incluso, o preguntarse cómo sería, desde dónde se hablaría si se fuera chico. También se puede jugar a olvidar que uno es lo que es. ¡Pero nunca se deja de serlo! Y me parece que en la poesía como en todo, las diferencias de género generan un enfrentamiento, una visión del mundo que de “diferente” puede resultar enriquecedora al proveer otros colores, que por contraste ,de hecho, pueden llegar a mejor nuestra paleta inicial.
- El humor. Tanto en la vida, como en la poesía me parece que no puede faltar. Me gustaría en ambas, poder ponerle más gracia a las cosas que digo, porque el humor me parece tanto más constructivo que la amargura, la queja o la mera repetición. Si uno bromea al respecto de algo, no es que lo acepte ni que no lo acepte. Existe, uno lo nota y por ende comenta al respecto asumiendo que seguirá existiendo de igual modo después que uno abandoné su observación. ¡Pero se produjo un cambio, ya no es el mismo de antes! El humor es también el asombro, la risa que puede provocar un sonido rarito, levantar las cejas cuando algo en una lectura está fuera de lugar. Que un poema provoque catarsis, llantos de compresión emoción profunda, etc, etc es muy bueno. Pero que provoque risa es aun mejor porque la risa es salud. Chan.
Por Ingrid Anderson
Hace un tiempo un amigo, después de haber leído algunos de mis poemas, me fulminó con la siguiente crítica; “tus poemas son pornográficos”. Yo no entendí a qué iba. Le pedí que fuera un poco más específico. Resulto que no se refería al sexo sino a las “emociones” explícitas. Por esos días el comentario me hirió el vulnerable orgullito de poeta interior. ¿Eran malos entonces? ¿Pecaban de trillados, cursis, exagerados “al divino botón” (no al botón divino)?
Wilde se mofaba de la mediocridad en los poetas sinceros, quienes no podían salir nunca de símismos para construir algo más interesante que la mera transposición de la “realidad”, el verdadero poema funcionando como artificio, máscara.
-Así que soy demasiado sincera- pensé para mis adentros o quizás se lo dije y charlamos sobre la construcción de un personaje, yo-lírico, o de encontrar una “voz para vos”.
Hasta el momento nunca, o bueno si, muchísimas veces, me había preguntado para qué escribía, pero la respuesta, que para entonces me resultaba satisfactoria, era siempre la misma, “escribo para expresarme, para sacarme los dolores de cabeza, de pecho, de lengua”.
Poesía: bálsamo terapéutico, ansiolítico, cura rayes, aplaca soledades… etc.
Más adelante, aunque por supuesto no me acuerdo exactamente cuando, empecé a tomar conciencia de que podía haber algo más detrás del acto de “despejarse, despojarse”… y que si bien “la poesía” se infiltraba en mi visión cotidiana de las cosas, en la actitud hacia la vida, o sea, en mi forma de ser “yo”, no bastaba con tomar un jugoso pedazo de poesía para conformar un poema “redondo”, que me diera a mí or lo menos la sensación de estar acabado, completito, incorregible.
Me cuesta mucho pensar hacia dónde quiero llegar, qué busco incorporar, desechar, cambiar… pero realmente creo que la percepción de mi actividad poética al día de hoy agregó a la definición pretérita la noción de “experimentación”, de práctica, de tierra fértil donde no solo está permitido sino que es valioso, es esencial, el error, como paso, como estación intermedia, como manera de marcar un momento por el que transito.
Dar con una voz que fuera propia pero a la vez construida podría ser el resultado de mi búsqueda, pero me parece que justamente lo que vitaliza de la poesía es su espontaneidad, su falta de reglas, la diversión pura.
A mípor ahora eso es lo que me interesa, más que posicionarme desde un punto de vista determinado, quiero probar hablar desde distintas puntas; si imito, y si imito mal o bien, si no transmito el mensaje o si lo transmito demasiado…honestamente me trae sin cuidado. No tengo un “proyecto mayor” que este, el básico, el de comunicarme primero a mi y luego al resto estas especies de radiografías interiores del bocho retorcido que tengo.
Haciendo un punteo general igualmente puedo rescatar los siguientes planteos que surgen de las relecturas de ellos, los poemitas:
- El ritmo. Esto es lo que más noto que me cuesta, dar espacios, otorgar mayor velocidad, saber cuando cortar y cuándo darle a la vía rápida sin frenar… sobre todo en lo que respecta a la Oralidad, porque cuando escribo suelo dar un orden visual a los versos y me cuesta mucho a veces después darle los retoques necesarios para adaptarlos a una lectura en voz alta.
- Imágenes. Creo que vivo de ellas, no sé si podría escribir, o que clase de cosas escribiría sino tuviera un depósito de imágenes, a veces muy extravagantes, en la cabeza. El problema con ellas puede ser entonces el abuso. Cuando no estoy más que escupiendo imágenes para vaciarme y no hay elaboración posterior se puede producir un tumulto que es difícil de seguir. Por eso en ocasiones tengo que “separar” poemas, fragmentarlos dentro del mismo o en otros para que se luzcan más, para dar un respiro entre tanta coagulación.
- Espacio. Estoy intentando no “hacerme la loca” con el tema del poema como dibujo, no mandarme a tirar palabras como manchas de pintura en cualquier rincón de la hoja per se. El espacio gráfico tiene que coordinar con el ritmo primero, si, eso lo estoy empezando lentamente a asimilar.
- Masculino/Femenino: ¡Ay que temita! ¿Dónde está exactamente mi lugar? Muchas veces cuando razono no me siento mujer. Pero en la poesía… espacio abierto por excelencia, es medio complicado no meterse de lleno con todo lo que una tiene a cuestas. Sobre todo cuando mi pase de ida fueron las lecturas de Pizarnik. Si, fragilidad, erotismo y un libre-fluir que puede ser agotador.
¿O un trozo de papel que de pronto se siente como una declaración de guerra…? ¡Pero eso es el poder! ¡No de las mujeres! Sino de una chica que escribe como chica de las cosas que ve, siente y percibe como chica. Entre ellas a veces puede estar también el deseo de no ser una F, de ser incluso, o preguntarse cómo sería, desde dónde se hablaría si se fuera chico. También se puede jugar a olvidar que uno es lo que es. ¡Pero nunca se deja de serlo! Y me parece que en la poesía como en todo, las diferencias de género generan un enfrentamiento, una visión del mundo que de “diferente” puede resultar enriquecedora al proveer otros colores, que por contraste ,de hecho, pueden llegar a mejor nuestra paleta inicial.
- El humor. Tanto en la vida, como en la poesía me parece que no puede faltar. Me gustaría en ambas, poder ponerle más gracia a las cosas que digo, porque el humor me parece tanto más constructivo que la amargura, la queja o la mera repetición. Si uno bromea al respecto de algo, no es que lo acepte ni que no lo acepte. Existe, uno lo nota y por ende comenta al respecto asumiendo que seguirá existiendo de igual modo después que uno abandoné su observación. ¡Pero se produjo un cambio, ya no es el mismo de antes! El humor es también el asombro, la risa que puede provocar un sonido rarito, levantar las cejas cuando algo en una lectura está fuera de lugar. Que un poema provoque catarsis, llantos de compresión emoción profunda, etc, etc es muy bueno. Pero que provoque risa es aun mejor porque la risa es salud. Chan.
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