lunes, 23 de mayo de 2011

Díaz I

De triángulos está hecho el mundo. Coloridos. Convulsiono en la colectiva muestra que tiene como virtud, unir los lazos. El sendero. El inconsciente que amaina, lo irregular.


Como dos ruedas que trasmiten mientras giran. Un holograma. La cadencia. Eslabones enlazados entre sí que se funden y hacen una superficie de corcho para flotar. Manos agarradas en la danza. Para liberarse de los cables, de las ataduras. De una misma médula. Opresión que permanece sola, dentro de un pozo, una torre o un armazón.
Estábamos resguardados en la dársena del río. Desde ahí, surgir. Subir. Signo rodado. Pez luna. Círculo abanico. Cada vez, es nuestra vez. En lo próspero y en lo adverso siempre está el viento del sur que se hace estampar en alguna parte del cuerpo. La cordillera: el cisne blanco en su lomo. Libre. La voz es un molino de papel. Ando con ella y mi grito se llena de pliegues, de delgados hilos de lana que lo atraviesan, de cuerdas. Los demás, también están asidos de la mano, dando vueltas en la misma fiesta. Yo intento seguir mi curso, caminar los ríos, los planetas. O rodarlos. Avanzar hacia él. Caminito que calma mi ansia. Poblado de calas acuáticas, de arándanos, de frutos con hojas cilíndricas. Casi al final, una multitud de florcitas de color azul oscuro. Esto, no corresponde a la idea que me había formado de vos o que te habías hecho de mí. En el suelo se juntan nuestros pies y las huellas sucesivamente, como un vuelo de aves. O el nadar conjunto de las ballenas francas. ¿Cuántos eneros arrojados? Al enterarse que la claridad del día se gobierna en el andar. Ahora sé, que a él lo agobian las penas, los años pasados, las sábanas y la imagen líquida del diluvio. Mi silueta.
De tanto en tanto, la trama se va haciendo de lava. Yo quería asignarte solo la palabra pasamontañas. Hacerme cargo de eso.


Llegué, me rindo. Encorvo el cuerpo hacia la tierra para aliviar la noche del tiempo en
que aún falta el resplandor del horizonte, su armonía. Una tribuna de oradores del pueblo juzga mi cesar, remoto e impreciso.


Me mareo. De barro esta hecho el frío. El fin. Empecé a coleccionar diademas. A rodearlo todo con la sombra de la arista de mi vestido hecho de seda. Mis dilemas. La continuidad orgánica. Mi turno de llevar las plumas del pavo real. O convertirme en calabaza. O también, puedo dejarlo todo atrás y ser una pequeña niña hornera.





Ana Claudia Díaz (inédito)


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