Elías Sarquis. @e_sarquis
7
La máquina avanza en la cumbia de Once. El tren rechina sus uñas, hace chispas.
Se oye el grito de un animal desesperado, chorrea calor, derrama cuadernos y monedas. La rutina salta al compás de la piel que se va, y que ya no vuelve.
Es el tren que agita las caderas, que presiona sus paredes. Son los vagones meneando los asientos para abajo, para abajo. Es la jarra loca de sangre y polvo que pasa de mano en mano por toda la fiesta. Un acordeón que junta y separa,
junta y separa,
junta y separa, gente y fierros.
En silencio, los guantes blancos aplauden la orquesta que no para de sonar.
11
Las luces de Buenos Aires son amarillas, rojas, verdes, blancas, azules, abajo salpican los espejos de los autos y desbordan las lagunas de la calle. Escapan como un montón de peces. Las luces son húmedas y de piel fría. Tiemblan en los ojos azotados de los peatones, y vibran en las sombras que descuidan los ruidos rajados.
En Buenos Aires las manos de los locos se entrelazan con el vapor de la alcantarilla, se fusionan con el olor a café y diario mojado. Las manos contienen el esplendor y la cadencia de maquillajes viejos, se llenan con la sensualidad del asfalto crudo, con el erotismo de las voces que no se pueden palpar.
El llanto de los locos aletea entre sus dedos, y son el primer nombre que se lee en las marquesinas. Sus caras brillan como pieles de pescados muertos.
El loco limpia con un pañuelo negro tantos fuegos que pasaron por sus pestañas. El loco habla de blues, lee a Boccaccio, bebe whisky. Su cuerpo desnudo creció en el espejo de un charco. Cada tanto, el loco muta y es un resplandor amarillo, se camufla en el semáforo, desaparece, y juega a no existir.
En Buenos Aires nadie ve al loco vestido con su propia sombra, rebotando entre librerías como si fueran algas, como si sus branquias resistieran la dulzura del papel.
20
Un elefante separa, con su trompa, la taza. Se sienta en el medio de la habitación, y sus nalgas rompen un hueco en el tiempo. El presente ya no es más. El pasado ya no es más.
Me derramé en la alfombra. En la habitación queda sólo un charco de mí, y un elefante de aire que no se toca.
La ausencia aplasta con su cuerpo mamífero, presiona con sus patas grises el centro de mi cuerpo y no me puedo levantar. No me mata. Una costilla cruje, una vena se desteje. No muero.
Me levanto y duele. Me levanto y camino. Me levanto y soy prudente con el orden de la casa, me muevo despacio y con zapatos mullidos.
Uso lana en la memoria. No miro fotos. No abro libros.
El elefante mira el compás de mi cuerpo, y espera.
El elefante mira el compás de mi cuerpo, y espera.
Sofía Castillón
Escribir para mí es una forma de leer, una manera de mirar el mundo y a mí misma a la luz de la literatura y tratar de darle un sentido.
Sofía Castillón escribe poemas y cuentos. Es periodista y colabora con la columna literaria de la revista digital 25horas.
Su instagram es @eldecoradosecalla
No hay comentarios:
Publicar un comentario