Cargo abrigo, mochila, llaves, astrolabio
salgo, gente entre la gente, bosque de espaldas
caminantes apurantes esquivantes
videojuego sin gracia ni emoción
uno en cambio deambulante distrayente chocante
náufrago en el baile, bulbo raquídeo orquídeo
¿qué hago con las manos? ¿qué hago con lo todo?
Yenny Librería Llame Ya Jimmy Jazz
farmacia, puertas automáticas, musiquita de Suspiria
donde estaba el Cine Lyon hoy venden zapatillas
brillo y bullicio en el umbral del santuario barrial
para el vecino que no sabe en qué gastar su pobreza
velas, cajitas, consoladores, ceniceros
y el tractorcito rojo que silbó y bufó
había un bar ahí, lindo bar viejo y feo
algo importante pasó ahí y ahora no recuerdo
una familia entera anidó en el cajero
y a esa tragedia ya la hicimos paisaje
esquinas que desbordan fantasmas apilados
acá nos dimos un beso, acá nos separamos
acá conocí el rechazo, acá vi morir un día
crepúsculo azafranado de Singapur asalta el iris
Mercado del Progreso y todo sigue igual
Chacinados Chechela Ch-Ch-Changes
tendré alguna vez que cambiar las cortinas
hoy las vidrieras devuelven confusión
pececitos encuadrados se apajaran
podría yo también cambiarme a algo con alas
pero hay que pagar cuentas, como bien dicen
hebras de probabilidad tironean y acorralan
vienen de allá y de allá y (aquí hay dragones)
podría atrincherarme en el ombligo del cerebro
donde todo es más diáfano, aunque igual chirría
y siempre vuelvo atrás, a ese momento
solar fuerza de gravedad del tiempo
nene en el viento, bicicleta impetuosa
baldosa que asoma, cordón, hombre al suelO.
La tragedia del guionista.
Tengo este arraigado hábito
que a veces me consuela
y a veces me atormenta
de usar a las palabras
para crear otros mundos.
Lo hago con la oculta intención
de lograr que en alguno de ellos
mis huesos rimen con la luz
y el aire desprenda ese olor
a hogar que tanto busco.
A todos esos mundos imaginados
a los idílicos absurdos ominosos
puedo venderlos a buen precio
o malvender si la necesidad apremia
es decir casi siempre.
Cada uno viene con sus personajes
bien perfilados, bien verosímiles
casi personas.
Más confiables que el autor,
incluso.
Ellos, allá, en sus reductos ficticios
todavía no alcanzaron
el punto de no retorno de la desilusión.
Son más bellos, más completos
que su creador inconcluso.
A cada uno le presté
dedicación de orfebre.
Amores y aventuras que soñé para mí
ahora los viven ellos.
(Cómo no envidiar a nuestras criaturas)
Cada pequeña realidad imaginada
es una hebra de probabilidad
que ansía realizarse,
tan real como el viento.
Y al otro extremo de cada una
un remolino moebius tironea
con la fuerza de gravedad
de mil agujeros negros
aunque de este lado
muy rara vez la idea
encuentre su camino.
Y no sé si al escribirla
la mato o le doy vuelo.
Sea como sea no se puede ser
turista de la escritura.
No es posible sentarse a escribir
sin salir mal parado.
No existen guionistas felices
siempre el horror nos acecha.
A cambio somos más libres
que la mayoría del resto.
Si todo siempre se puede imaginar
todo es todavía siempre posible
y cada cosa en algún momento
se vuelve su contrario.
Sueño sueños tangibles
audibles visibles fractales
y adentro de esos sueños
otros sueños se sueñan.
Qué absurdo ser uno mismo
pudiendo ser cualquiera.
Solamente en una cosa
supero a mis creaciones:
ya sé lo que les espera.
Albergo en mí sus destinos.
Aunque tal vez yo mismo habite
alguno de aquellos mundos
imaginado tiempo atrás
y todo esto lo escribí
para poder vivirlo
y sólo pude escribirlo
porque ya lo había vivido.
O será que sólo es real
este instante de escritura
no habrá pasado no hubo futuro
y si dejo de escribir ya no existo.
Yo no miro al piquetero
porque llego tarde
a cerrar el trámite ése
que me complica la existencia.
Yo no miro al cartonero
porque se me rompió el calefón
y además tengo que lidiar
con los del consorcio
para que vengan a arreglar
la mancha de humedad.
Yo no miro al vendedor ambulante
porque con el excedente
de la ganancia de mi empleador
(es decir mi sueldo)
elijo comprarme las nuevas
Nike supersónicas carísimas
ya que estoy en todo mi derecho.
Yo no miro al desempleado
porque me preocupa
cuánto va a rendirme
el plazo fijo este mes.
Yo no miro al del delivery
porque miro en mi celular
si la chica que me gusta
megusteó mi posteo
en Instagram.
Yo no miro al comerciante
porque él tiene algo
y yo nada
entonces mi urgencia
es más urgente.
Yo no miro a los que sufren
otras cosas que no sufro yo
porque sólo estoy dispuesto
a sufrir mi parte nada más.
Entonces sufro solo.
Sufro sin remedio.
Fábrica de colibríes.
Cada jornada produce
algo más de un millar
de fulgores alados
programados para zumbar
cadencias hipnóticas
en oídos de usuarios
y al son de salmodia liban
en cavidades concéntricas caracólicas
laberinto cerbero al cerebro,
la cera de oreja les sirve de néctar.
Infelices picaflores filarmónicos
con tan pésimo gusto.
Nicolás Marina nació en 1972 en Buenos Aires.
Tras desempeñarse durante más de 10 años como guía de turismo se
dedicó a la escritura. Desde 2004 se desempeña como guionista para
distintos medios radiales y audiovisuales de Argentina y
Latinoamérica, habiendo escrito desde documentales para Canal
Encuentro hasta ficciones como El Marginal. En 2014 empezó a
incursionar en teatro, formándose con Mauricio Kartún, Ariel
Barchilón y en la Diplomatura de Dramaturgia de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA. En 2022 ganó el Concurso Nacional de
Obras de Teatro con su obra La Adaptación.
¿Por qué escribís poesía?
La respuesta tiene relación con la imagen que elegí para acompañar estos poemas. Es un cuadro de Klimt de un lago en Austria. No importa: por lo que se ve, podría ser Amsterdam, Curitiba o una calle inundada de Adrogué. Lo que importa es el recorte de espacio y tiempo, la luz y la atmósfera capturadas en ese instante subjetivo. Ése es un lugar en el que me gustaría estar, aunque no exista.
Y escribir, para mí, tiene que ver un poco eso: con tratar de alcanzar lugares en los que quisiera estar. Pero como esos lugares son en su mayoría inexistentes o inaccesibles, mientras no llego a ellos intento construirlos en el hacer.
La poesía tiene la capacidad de hacer brotar lugares en donde antes había espacios vacíos.
La ficción tiene un cariz más colonizador: pretende instalar un relato en la mente del lector.
La poesía, en cambio, es una invitación a participar en el diseño de espacios alternativos en transformación permanente.
Resumiendo: escribo poesía para poder construir en el hacer el lugar en el que quiero estar y compartirlo con los demás.