Puerperea.
La
ventada partida se divisaba desde el sillón
ella
sentada alimentaba a su criatura.
Era
el momento del silencio
pronto
la luz iba a ceder su brillo a la luna
y
así las horas del descanso estarían prestas a sucederse.
Silencios
intranquilos
las
manos transpiran algún llanto contenido
filosos
cuchillos ordenados meticulosamente en el cajón
bolsitas
anudadas en sí mismas buscan asfixiar los miedos
ahuyentar
la locura que se apronta sin aviso
toma
todo de improviso
y
transforma la costumbre
en
temibles fantasmas amarillos.
Amarillos,
como
cuando al sol lo dibujan los niños
como
flor de madreselva recién abierta en la mañana
como
limón maduro que pende de su rama
como
hojas en otoño que giran en remolino
como
cuando de repente se hizo negro afuera
y
adentro destellantes lucecitas se despegan
y
brillan, brillan tanto que enceguecen
y
los fantasmas se vuelven amarillos.
Pero
en verdad ya es casi mediodía.
Me
bajo de la bicicleta carmesí de sudor de enero.
Tomo
el ascensor para subir al piso 8.
Pareciera
que las piernas flojas deciden solas como dar los pasos
la
puerta 2 se traba, cuesta cerrarla
mi
torpe brusquedad lo vuelve a intentar con poca paciencia.
(Pienso
que los encargados del edificio en ese mismo instante del portazo
deben haber frenado la conversación con los vecinos de la ronda
habitual para mirarse en complicidad y sonreírle a mi impulso.)
Presiono
la botonera gastada, desajustada, desmemoriada
y
espero llegar finalmente a mi destino.
(Toda
la elevación la hago con mi mano derecha sujetando la manija de la
puerta.)
Al
frenar y abrir me encuentro con la sonrisa de un señor
80
años quizás
con
un cálido gesto que me da los buenos días
y
me dice, piso 12.
(Sigo
ensimismada en mi deseo, contesto parcamente el saludo, comentamos
banalidades del mantenimiento edilicio.)
Llego
al 8 y me tiro.
En
el sillón quedo detenida unos minutos
la
radio programa música por un reclamo sindical
la
mirada repara en cada puntada de lana que le da forma a los dibujos
del telar
miro
el teléfono, nada
no
se que busco pero no hay nada
lo
dejo en el apoya brazos pantalla abajo, con actitud indiferente.
(En
un acto reflejo repito esa sesión de movimientos varias veces y
dejo que mi ansiosa mañana insista en buscar respuestas en una
pantalla conectada al afuera.)
Me
miro, me enojo. Disgusto.
Entonces
me incorporo, voy a la cocina, preparo limonada
me
dispongo a tomar un tereré.
(La
mesa de periodistas conversan sobre lo mal que la están pasando
vecinos de localidades inundadas por la avasallante caída de agua y
los suelos infectados de soja mal pensada.)
Dimensiono,
despejo los fantasmas
pienso
en lo real, piso mi suelo, entiendo el ahora
prendo
una vela roja que planto en mi altar
agradezco
y pido un poco más.
Vuelvo
a la cocina, agarro el escobillón, subo un poco el volumen y
comienzo a limpiar
barro
cada rincón al detalle.
Aparece
el colibrí
el
que me desveló anoche y prometió no ser olvidado
viene
planeando la Avenida Corrientes
esquivando
los autos con soltura
traslada
encima de él una paloma de cartulina azul
2,
3, 4, 10 veces más grande que su ágil y veloz cuerpo
la
no correspondencia de tamaños es lo que me inquieta
¿cómo
hace el pequeño colibrí para cargar semejante paloma?
los
miro aterrizar con prolijidad de piloto acostumbrado
se
detienen en el garaje junto a mi bicicleta naranja.
Levanto
las cejas o cierros los ojos
partículas
fluorescentes insoladas me contienen
suave
aire matinal roza mi ilusa mejilla rosada
las
pelusas acumuladas esperan ser levantadas
intento
otro despegue pero estoy unida al suelo
quizás
pronto pase por mí el aterciopelado pájaro azul.
Debajo
los otros transitan su urbana soledad
veloces,
descoloridos, apurados, exentos de la maravilla
(-
Para
volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista
-dijo
Chian a la joven gaviota- debes empezar por saber que ya has llegado.
Richard
Bach).
La
subida. V2 de Inundación.
Duermo.
Despierto
y camino descalza sobre la crujiente madera
abro
la puerta, la piel descubre intenso calor
destella
de sol el follaje y encandila mi mirada
adivino
la escalera, desciendo
piso
el suelo y descubro
el
pasto húmedo del rocío amanecer
el
monte de robustos troncos me invita a caminar.
Avanzo
torpe, frunzo mi planta en cada rama o piedra que pellizca con dolor
camino
y se acomoda la pisada
unos
pasos más y el suelo es fango
lo
húmedo se vuelve mojado
los
tobillos ya sumergidos
y
en lo siguiente, la pendiente es más profunda
agua
hasta la cintura y lo próximo es flotar
girar
y girar, el inmenso río es todo lo que rodea.
Un
sapo negro me roza
se
sumerge en las oscuras profundidades
no
estoy sola
no
hay camino
todo
es verde, musgo, brillante, seco,
no,
seco no, todo es mojado,
giros
y giros de agua.
Al
darme vuelta ellos están ahí
tres
jóvenes con zapatillas relucientes
gorros
para el sol, pantalon de mil bolsillos y cámaras fotográficas
previstos,
impecables
me
observan desde la loma donde la piedra es tierra firme
estiran
sus brazos y me dejo salir
enajenada
transparente casi desnuda
de
pie tengo otra perspectiva
senderos
varios se despliegan junto a mi
allí
delante la cabaña ya tiene las ventanas abiertas
descubro
un camino para volver
lo
inmenso cobra dimensión de charco
en
el andar se van secando mis humedades.
Por
qué escribo?
Escribo
porque lo hago desde antes de preguntarme por qué hacerlo.
Porque desde mis primeros cuadernos encontré en la palabra la expresión más sincera de ser.
Porque la escuela de Bellas Artes en la niñez, porque adolecí la adolescencia, porque ejercité guiones en la Universidad, porque en infinitas cartas se plasmaron tantísimos sentires.
Hoy escribo porque dejé de juzgarme y entonces hacerlo me deja un poco más a salvo.
Porque desde mis primeros cuadernos encontré en la palabra la expresión más sincera de ser.
Porque la escuela de Bellas Artes en la niñez, porque adolecí la adolescencia, porque ejercité guiones en la Universidad, porque en infinitas cartas se plasmaron tantísimos sentires.
Hoy escribo porque dejé de juzgarme y entonces hacerlo me deja un poco más a salvo.
Soy
Julia Rebottaro, nací en el invierno de 1979 en Pergamino. Me mudé
a Buenos Aires a los 17 años y estudié Diseño de Imagen y Sonido
en la UBA, luego de egresar comencé a trabajar como vestuarista en
distintos proyectos de cine, televisión, teatro y publicidad;
actividad que sigo realizando en la actualidad. La escritura es el
medio de expresión espejo de todas mis etapas, incluso cuando dejé
infinitas hojas en blanco por miedo a equivocarme.