Cansada de llorar, Etelvina no entendía que sus hermanastras no habían causado la ausencia de sus padres aquel verano. Su mal carácter y tristeza poco tenían que ver con su belleza, la más linda de todos los castillos de arena, de todos los veranos en Mar del Plata. Por ello tal vez Etelvina conservaba al loro de su padre como su mejor amigo, a quien ella veía inmortal. Pepe era un loro viejo que a pesar de la especie quería a la niña como una hija. Sabia que el amor de la madrastra, era el rechazo más profundo que Etelvina podía sentir. Todos los veranos, se arrinconaba en el cuarto de juguete mientras Pepe la observaba por la ventanita de cartón corrugado.
Un día había una gran fiesta. La invitación más grande de salir a jugar al carrusel de la plaza. En Avenida Colón, avenida de los descubrimientos. Era el primer año en que un payaso llamado Simón organizaba un Concurso de Sonrisas, donde se premiaría a la sonrisa más linda de los niños veraniegos. Sin embargo Simón era un hombre de una vida triste. Se había criado con los pescadores del Puerto, vivía en un bote pesquero, huérfano de besos de una familia fallecida en el mar el día en que la tormenta se llenó de espanto. Ni bien su adoración al mar era intacta, sentía cierta nostalgia por las olas que iban y venían al puerto lleno de pesca, de redes, oliento, sin corazonadas. Hasta que un día Simón amaneció queriendo ir al Circo y convertirse en payaso. ¨Simón, un payaso triste buscando Sonrisas¨.
Enterada del concurso la madrastra anotó a sus dos hijas pero no a su hijastra. Sabía que Etelvina no podía concursar. No había modos de devolverle la forma arqueada a los labios. Ya estaba cansada de lograr al menos ese pequeño gesto de quien no era su propia hija. Además ese día Etelvina se había encerrado en su cuarto quién dice para llorar. Quería ir al concurso pero era más fuerte el llanto, el enojo, la no sonrisa. Tal vez en ese momento Pepe reaccionó. Quiso hacer algo por la niña. Como viejo y sabio conocía a Simón tanto como a Etelvina y no podía permitir esa tristeza que ambos sufrían. Así es que Pepe esa tarde batió sus alas. Vistió a la niña. La llenó de brillos, de consejos. Se posó en su hombro convenciéndola de aquella aventura en la plaza. En la feliz avenida de los descubrimientos.
Etelvina llegó bella pero sin ganas. Deslumbró. Su madrastra y hermanas tampoco la reconocieron. Pero sí un tal Simón que se acercó con tristeza y preguntó -¿De qué color se ha puesto el cielo esta tarde que hasta los ángeles me visitan?- Y entonces hubo un hueco de carrusel de aplausos de sonidos. Etelvina sonrió y Simón dibujó la sonrisa más hermosa del mundo. Jamás tan pura o sincera en toda alta mar.
Fue en ese momento cuando Etelvina salió corriendo. Y Pepe detrás de ella. Simón detrás de Pepe queriendo abrazar a Etelvina…
Un día había una gran fiesta. La invitación más grande de salir a jugar al carrusel de la plaza. En Avenida Colón, avenida de los descubrimientos. Era el primer año en que un payaso llamado Simón organizaba un Concurso de Sonrisas, donde se premiaría a la sonrisa más linda de los niños veraniegos. Sin embargo Simón era un hombre de una vida triste. Se había criado con los pescadores del Puerto, vivía en un bote pesquero, huérfano de besos de una familia fallecida en el mar el día en que la tormenta se llenó de espanto. Ni bien su adoración al mar era intacta, sentía cierta nostalgia por las olas que iban y venían al puerto lleno de pesca, de redes, oliento, sin corazonadas. Hasta que un día Simón amaneció queriendo ir al Circo y convertirse en payaso. ¨Simón, un payaso triste buscando Sonrisas¨.
Enterada del concurso la madrastra anotó a sus dos hijas pero no a su hijastra. Sabía que Etelvina no podía concursar. No había modos de devolverle la forma arqueada a los labios. Ya estaba cansada de lograr al menos ese pequeño gesto de quien no era su propia hija. Además ese día Etelvina se había encerrado en su cuarto quién dice para llorar. Quería ir al concurso pero era más fuerte el llanto, el enojo, la no sonrisa. Tal vez en ese momento Pepe reaccionó. Quiso hacer algo por la niña. Como viejo y sabio conocía a Simón tanto como a Etelvina y no podía permitir esa tristeza que ambos sufrían. Así es que Pepe esa tarde batió sus alas. Vistió a la niña. La llenó de brillos, de consejos. Se posó en su hombro convenciéndola de aquella aventura en la plaza. En la feliz avenida de los descubrimientos.
Etelvina llegó bella pero sin ganas. Deslumbró. Su madrastra y hermanas tampoco la reconocieron. Pero sí un tal Simón que se acercó con tristeza y preguntó -¿De qué color se ha puesto el cielo esta tarde que hasta los ángeles me visitan?- Y entonces hubo un hueco de carrusel de aplausos de sonidos. Etelvina sonrió y Simón dibujó la sonrisa más hermosa del mundo. Jamás tan pura o sincera en toda alta mar.
Fue en ese momento cuando Etelvina salió corriendo. Y Pepe detrás de ella. Simón detrás de Pepe queriendo abrazar a Etelvina…
Alina
(mi versión de Cenicienta). Niños Feliz Día
Ilustración: Alina
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